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miércoles, 19 de noviembre de 2008

UN FUTURO EN OTRO PAÍS

La tragedia de Armero destrozó los sueños de muchos de sus moradores. Rocío Chinchilla sobrevivió a ello y ahora, desde Ambalema, persigue su mayor sueño: vivir en otro país para tener un futuro mejor.



El río Magdalena crece de manera desbordada mientras que los turistas se deleitan con la arquitectura inglesa del siglo XVII que conserva Ambalema, un municipio del norte del Tolima declarado Monumento Histórico Nacional que guarda el olor a tabaco desde su origen.

Rocío y Martha Chinchilla Gutiérrez preparan tamales, carne de chivo, sobrebarriga, pescado y sancocho de gallina criolla, su especialidad, para el almuerzo de los muchos visitantes que llegan a su negocio familiar.

Rocío, mujer de 43 años de edad, es una de los miles de damnificados que dejó la tragedia del 13 de noviembre de 1985 en Armero Tolima. De su mente no se borran las imágenes de los cuerpos inertes y petrificados por el lodo, que cubrió en su totalidad a la Ciudad Blanca de Colombia.

Ningún hombre ocupó el puesto de esposo en su vida y mucho menos dio a luz a un ser. A cambio de esto, adoptó a su ahijada: una niña inocente que en el año de 1986 perdió a la persona que la engendró y la vio nacer.

Ya han pasado 23 años, tiempo que lleva viviendo nuevamente en la denominada ‘Ciudad de las mil y un columnas’, y doña Rocío hace planes: “posiblemente en Enero me vaya para España, unos amigos me van a colaborar y ya me llevaron el pasaporte. De pronto aquí, en diciembre, me toca ir a la Embajada de España para viajar y ver el futuro en otra parte”.

Como afirma ella, “allá el trabajo no es deshonra porque las personas que me van a llevar me dijeron que así sea limpiando vidrios o haciendo aseo, le están pagando a uno por una hora 30 euros, o sea, $60.000 colombianos. Si trabaja uno 12 horas ¿cuánto no es? Aquí en Colombia para uno sacarse $60.000… no se los gana en un día.”

Empiezan a llegar los primeros clientes. La olla hierve sin cesar y la llama que se desprende de los palos secos se aviva. El sancocho de gallina se va acabando y con ella las ganancias van quedando.

Todo retoma su calma y la brisa fría del río Magdalena arrulla los sueños de doña Rocío, una habitante más de Ambalema que añora irse lejos para pronto volver al suelo que la vio nacer: “Mi deseo es durar unos 15 años –en España- y venirme a pasar mis últimos años de vida a mi pueblo que nunca lo abandonaré.”

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