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martes, 2 de septiembre de 2008

MI SUEÑO:Cuento


13 de febrero de 1990
Mi Amada Sofía:

Con orgullo te confieso que soy el hombre más feliz del mundo; el porqué, eres tú. Doy gracias a Dios por haberte puesto en mi camino.

Ha llegado el momento de agradecerte por aquellos instantes de alegría y tristeza que ayudaste a llevar a cuestas conmigo; por haber entregado, sin compromiso alguno, tu frágil y exquisito cuerpo en mis colapsos de locura y placer; por haberme mostrado el amanecer de cada día, junto al suave olor de las flores y el llamativo sonar de los pajarillos; y lo mejor, por serme siempre fiel.

Sé que por mi culpa han rodado lágrimas sobre tu rostro; perdón por ello. Además, he sido egoísta contigo y sin importarte eso, me has brindado más de lo que merezco. Te has convertido en el ángel protector de mis pasos a lo largo del camino de mi juventud.

Debo confesarte que ha llegado mi hora de partir. No es un secreto que ésta decisión me ha causado agudos dolores de cabeza, pero es mi obligación cumplir con el deber: en unos días, seré reclutado en las filas de la Marina de nuestro país.

Te suplico por el amor que nos tenemos, que por ninguna razón te olvides de mí. Eres joven y tienes todo el derecho de rehacer tu vida con otro ser, pero por favor, deja que sea el padre de tus hijos y ese caballero de tus sueños, aquel que te lleve vestida de blanco al altar de nuestro Señor.

Volveré para cumplir lo prometido. Te escribiré cada que pueda, para que te enteres del transcurrir de mis días junto a lo profundo de las olas y lo oscuro del olvido.

Con amor,

Tú dulcísimo Ignacio Rivera

No olvidaré el día que recibí su carta: marchitas volaban las flores y silenciosas marchaban las hadas. Bajo el suplicio de la mañana, rodaban moribundas algunas lágrimas por mis rojas mejillas, bronceadas por el sol. Sentía desde lo más profundo de mi corazón, los latigazos de la noticia y el quebrantamiento de mi alma, al saber que mi amor partiría para unirse al movimiento de las aguas saladas que se desplazan sobre el majestuoso mar.

Son las cinco de la tarde, y como todos los días desde que él partió de mi vida, ha llegado la hora de reunirme con ese gigante marino; ese que se llevó el amor de mi ser.

Caminando sobre la arena de la playa, vienen a mi mente todos aquellos momentos de felicidad que viví junto a él: los besos, las caricias y las bellas palabras, eran el complemento perfecto para esta linda relación.

Cada que me acerco al mar, espero sonriente con la ilusión que pronto aparezca una enorme embarcación, vestida de ondeantes banderas y hombres de uniforme tricolor.

Es 13 de febrero de 1993, hace tres años que no nos vemos y aún sigo esperando por su regreso. Confío en que volverá y me hará su esposa como algún día lo habíamos soñado.

Después de su partida, recibí unas cuantas notas en su nombre. En ellas me contaba lo mucho que me extrañaba y sus grandes deseos de volver junto a mí. Pero hubo una en especial, de esas que nos motivan a seguir viviendo. Recuerdo que llegó a mis manos cuatro meses antes de su regreso, estaba llena de corazones rojos y decía:

Mi Amada Sofía: Te escribo esta noble nota con un fin muy especial: contarte que nuestro sueño de ser esposos por fin se hará realidad. Espero aceptes mis sinceras intenciones y si es así, por favor ve preparando las cosas para la boda, esa que siempre hemos soñado: junto a la brisa, la arena y el sonar del mar. En exactos cuatro meses, seremos esposos.

Desde ese día todo brilló de nuevo en mi corazón. Los arreglos florales, el maquillaje, los adornos y la preparación de la boda, se convirtieron en mi mayor centro de atención.

Era una mañana hermosa: el sol brillaba con todo su esplendor, los pajarillos cantaban al son de las campanas del templo y las florecillas del jardín bailaban entre las hojas verdes que decoraban el camino hacia el solar.

Por fin había llegado el día de su regreso a mi vida, de nuevo sentiría su calor sobre mi piel y escucharía sus dulces melodías amorosas, esas con las que un día me conquistó.

Todo estaba listo sobre la arena del mar: las mesas decoradas con manteles color beige, los arreglos florales se movían por la brisa del mar y el ponqué de los novios parecía una montaña de hielo cubierto de semillas de un árbol floreciente. Era perfecto, como siempre lo había esperado.

En mi habitación, danzaba solemne el faldón de mí vestido de novia: era blanco como las nubes y grande como el mismo sol, era hermoso y representaba lo mucho que amaba a Ignacio, el dueño de mi corazón.

Imagino que a su llegada, veré a un hombre apuesto vestido de marinero, de verdes ojos, labios rojos y cabellos dorados como el oro del que está hecho el anillo de nuestra unión.

He puesto ese hermoso vestido blanco sobre mi cuerpo, me acerco a la ventana de mi alcoba y noto una gran aglomeración de gente en el puerto de la isla. ¿Qué pasará? No lo sé, pero siento algo muy raro dentro de mí, como si algo me faltase. No puedo explicarlo pero creo que algo ha sucedido.

El cielo oscuro está, las nubes de la lluvia cubren incansables los destellos del sol y consigo el brillo de mi existir. Bajo desesperada las escaleras de mi hogar y pronto llego a la orilla del mar.
La gente grita y muchos me miran con dolor y compasión. Decido acercarme un poco más y con horror veo llegar una pequeña embarcación, en ella yacen los cuerpos sin vida de algunos tripulantes del barco de la Marina Nacional. Deseo que ésta haga pronto arribo a la playa para poder saber algo sobre el hombre que amo.

Con desdicha me aproximo a ella y lo primero que veo en su interior es el cuerpo del hombre de mi corazón, ese que por tanto tiempo esperé…

¿Por qué tenía que pasarme esto a mí? Aún no consigo la respuesta, pero ha sido el mar el culpable de mi desilusión. Ahora no tengo nada, ya que se llevó de por vida lo que me retenía en este mundo. No vale la pena vivir junto al recuerdo de un amor imposible, uno que nadie podrá reemplazar.

Mi vestido sucio está y la lluvia ha consumido lo hermoso de la preparación de mi boda: las mesas se han caído, las flores se han desarmado y el ponqué se ha perdido por culpa de la arena del océano.

Ahora, me adentro en las profundidades del mar a reunirme con mi amor. Serán las algas, los peces y los corales, los decorativos de mi nuevo hogar. Nuestras almas se unirán por siempre y viviremos lo que algún día soñamos: seremos felices y no habrá nada que nos separe jamás.

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