El frío de la noche ingresaba inocente por el orificio que se divisa en la parte inferior de la puerta, que divide su cuarto del resto de la casa. Eran las cinco de la mañana y parecía que fuera aún media noche. Juliet deambulaba entre sueños pero el insoportable sonido que emitía el reloj despertador de su teléfono celular, la despertó.
Al abrir sus ojos, recordó que debía levantarse para asistir a las seis de la mañana, de ese mismo día, a la clase de Teorías e Historia de la Imagen que normalmente era dictada los viernes en horas de la noche. Retiró las cobijas de su cuerpo y volvió a mirar las cuatro paredes que rodeaban la habitación por la que pagaba mensualmente 160.000 pesos. Como un resorte brincó de su cama y buscó el calendario que contiene las imágenes y las oraciones del catolicismo, confirmando la llegada de esa fecha que tanto había esperado: era viernes dos de noviembre y el lunes cinco era festivo. Podría volver a casa.
Juliet abandonó hace un año la Purificación que le regaló la infancia para convertirse en una de las cientos de estudiantes de la Universidad del Tolima que no son de Ibagué. Recuerda el atardecer de su pueblo, la comida de mamá y las conversaciones de la mañana con su padre. Y con tantas cosas por extrañar, sabe que no está sola. Que en alguna otra habitación de esas que se arrienda cerca a la universidad, alguien estará haciendo las mismas cuentas, soñando con volver a casa.
Fijó su mirada sobre las manecillas de aquella máquina que hacía tic-tac tic-tac. Pero la felicidad que había en su interior, no permitía que volviera a la realidad. Era como un sueño… siempre esperaba incansable los días festivos de cada mes para volver a viajar y respirar el aire que agitaba inconsciente su cabello rojizo. Aquella ilación de recuerdos, había hecho olvidar de su memoria la clase de seis de la mañana en la Universidad. Eran las cinco y cincuenta: Juliet no había tomado su baño. Sin pensarlo dos veces, tomó un jean y una blusa de mangas largas para cubrir su cuerpo. La risa invadió sus labios porque era la primera vez en su vida, que asistía a clase sin haberse dado una ducha con anterioridad.
Tomó un bolso y guardó en él algunos libros para la cátedra a la cual debía asistir. Salió de su cuarto y empezó a correr, esto le produjo un poco de asfixia al llegar al salón. Se sentó en uno de los puestos de la parte de atrás y con felicidad miraba hacia el tablero sin mirarlo. En su mente solo habitaban Gualanday, Chicoral, Espinal. Todo el camino para llegar a casa.
Los minutos pasaban muy rápido y sin percibirlo, llegaron las ocho de la mañana… había terminado la clase. Con serenidad, tomó su bolso del espaldar del pupitre y lo ubicó sobre su hombro izquierdo. Dio algunos pasos para salir del aula pero notó que Camila, su mejor amiga, lloraba en un rincón de aquel salón. Se dirigió hacia ella y le preguntó el porqué de su llanto. Entre lágrimas, Camila le contó que no podía viajar a su hogar por falta de dinero. Juliet buscaba en su billetera rosada el efectivo que había guardado hace algunos días con el fin de llevar a su casa, algunos panes y golosinas. Al encontrarlos, se los dio a su amiga para que pudiera visitar a sus padres y a los pequeños hermanos que tenía. Entre saltos, Camila recibió el dinero y le agradeció infinitamente ese favor.
Ser extranjero en una tierra que también es propia genera un sentimiento de solidaridad con nuestros amigos: con los que se conforman con un almuerzo rápido y solitario en cualquier chuzo cercano o corren al restaurante de la U para alcanzar uno de los almuerzos baratos que llenan el cuerpo mientras llega la noche; con los que saben no podrán ver a sus padres sino hasta final de semestre; con los que se quedan trabajando el fin de semana en cualquier almacén para poder hacer lo de la semana cuando se acaba la mesada…
Salieron del salón y cada una de ellas tomó rumbos diferentes. Entre tanto, Juliet pensaba en cuales serían las prendas que llevaría para vestirse en Purificación. Llegó a su habitación y empacó ropa en la bolsa azul que utilizaba cada que se iba para su hogar. A las nueve y quince de la mañana, salió de la alcoba y más adelante, tomó la buseta número uno que la llevaría hasta el Terminal de Transportes donde buscaría un taxi que la dejara hasta la puerta de su casa en tan calurosa localidad.
Por $11.000 <
Ubicada en el puesto de adelante del taxi de placas WXA 563 de la empresa de transportes Velotax, añoraba por hacer arribo rápidamente a las calles de su pueblo. Eran las diez de la mañana y en una hora y media, aproximadamente, llegaría a la tierra que la vio crecer.
Once y media de la mañana marcaba su reloj de mano. Con alegría miraba las casitas del barrio donde vivió durante 16 años: eran de colores, muy antiguas y silenciosas. Al detenerse el vehículo de transporte público, que la trasladó desde la Ciudad Musical de Colombia hasta la entrada del pueblo que en el año de 1831 <
Juliet sabe que la visita será corta. Tres días para recargar baterías en el alma y volver a los salones, a los corredores y a la habitación que aloja su cuerpo mientras sueña con un nuevo regreso.
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