Fijamente observaba el correr de las manecillas de ese reloj azul que se postra humildemente sobre aquel bajo mesón de hospital.
¡Qué miedo siento! Se decía así mismo, como tratando de convencer a sus sentidos de lo que pasaba a su alrededor.
Zapatos negros, traje de paño y un sombrero que brillaba fugazmente por su color, eran las prendas que lo acompañaban durante ese momento agridulce que quizás empañaba el brillo de su anterior celebración.
Por un segundo deseó gritar y pedir perdón por haber cometido tan grave infracción. Un fuerte ¡No puede morir, aun es muy joven para hacerlo! Se escapó de entre sus labios, junto a dos grandes lágrimas que bailaban sonrientes por sus ojos color verde primaveral.
Horas atrás conducía un Toyota Camrry modelo 2007, y junto con él, su hijo de 25 años, quien acababa de recibir el título de mejor Ingeniero Forestal de la Universidad Nacional en la ciudad capital de nuestro país.
“Recuerdo haber tomado algunos tragos”, se decía así mismo. “Fueron solo 5 o 6”, se repetía una y otra vez. Posteriormente, escuchó dentro de su mente ese fuerte impacto, aquel que fue producido por el choque entre su lindo carro rojo y ese muro de contención que se paraba distraído sobre el suelo mojado de la avenida 52.
- ¿Es usted el Señor Arturo González? Preguntaba inocente ese noble doctor.
- Sí, ese soy yo. Respondió.
- Le informo que su hijo ha perdido la razón, como consecuencia de los múltiples golpes que recibió al momento del accidente.
Sintió morir; como si hubiese sido arrancada de su vida la pieza fundamental, que hacía palpitar el torrente sanguíneo de su corazón.
En ese momento, lamentó lo sucedido y juró ante los cielos ayudar a su pobre hijo. Ese, que había sufrido por culpa de su irresponsabilidad y de aquellos calientes tragos que en la anterior celebración decidió tomar.
¡Qué miedo siento! Se decía así mismo, como tratando de convencer a sus sentidos de lo que pasaba a su alrededor.
Zapatos negros, traje de paño y un sombrero que brillaba fugazmente por su color, eran las prendas que lo acompañaban durante ese momento agridulce que quizás empañaba el brillo de su anterior celebración.
Por un segundo deseó gritar y pedir perdón por haber cometido tan grave infracción. Un fuerte ¡No puede morir, aun es muy joven para hacerlo! Se escapó de entre sus labios, junto a dos grandes lágrimas que bailaban sonrientes por sus ojos color verde primaveral.
Horas atrás conducía un Toyota Camrry modelo 2007, y junto con él, su hijo de 25 años, quien acababa de recibir el título de mejor Ingeniero Forestal de la Universidad Nacional en la ciudad capital de nuestro país.
“Recuerdo haber tomado algunos tragos”, se decía así mismo. “Fueron solo 5 o 6”, se repetía una y otra vez. Posteriormente, escuchó dentro de su mente ese fuerte impacto, aquel que fue producido por el choque entre su lindo carro rojo y ese muro de contención que se paraba distraído sobre el suelo mojado de la avenida 52.
- ¿Es usted el Señor Arturo González? Preguntaba inocente ese noble doctor.
- Sí, ese soy yo. Respondió.
- Le informo que su hijo ha perdido la razón, como consecuencia de los múltiples golpes que recibió al momento del accidente.
Sintió morir; como si hubiese sido arrancada de su vida la pieza fundamental, que hacía palpitar el torrente sanguíneo de su corazón.
En ese momento, lamentó lo sucedido y juró ante los cielos ayudar a su pobre hijo. Ese, que había sufrido por culpa de su irresponsabilidad y de aquellos calientes tragos que en la anterior celebración decidió tomar.
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