Desperté y todo era normal. Pero no me imaginaba que horas después, el mundo entero lloraría lágrimas de sangre por culpa de la venganza generada por quienes desean manejar el poder desde todos sus ámbitos posibles…
Llegué a estudiar al colegio. Posteriormente, oí sonar incansable la campana anunciando la salida al descanso. Eran las 9:15 de la mañana del día 11 de Septiembre de 2001 y dirigiéndome hacia la cafetería del colegio, noté levemente en la pantalla del televisor, unas imágenes desgarradoras, tristes y conmovedoras: personas caían incansablemente desde aquel par de rascacielos ubicados en el centro de Manhattan, Estados Unidos; multitud de papeles en proceso de incineración, volaban por los cielos y el fuego junto con el humo asfixiante, producido por la colisión de dos aviones de la aerolínea United Airlines, hacían del ambiente, un lugar siniestro y temeroso.
Sin más preámbulos, decidí disfrutar de mis últimos segundos de descanso del día y olvidarme de repente de aquellas escenas deslumbrantes.
Al llegar a mi casa, noté rostros de preocupación en los integrantes de mi hogar. La Tele no hacía sino mostrar las ruinas del World Trade Center de New York, la cual, había sido reducida a un montón gigantesco de escombros, de gritos y monumentales muertos…
Ese martes 11 de septiembre sería recordado por el incalculable número de víctimas que había en él. Cerca de 2973 personas fallecieron en este atentado denominado “terrorista” por las voces del mundo.
Estas torres, de aproximados 417 metros de altura, quedarán grabadas en las mentes de quienes inhóspitos observaban el deterioro permanente del gobierno Estadounidense.
Las fechas posteriores a este suceso, fueron desalentadores y día a día traeremos a colación, aquellos momentos de desespero alarmante y de desvanecimiento social.Es por esto, que no debemos permitir que los restos se vayan al olvido, y que apreciemos cada instante de vida que tenemos en nuestro amado paraíso terrenal.
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